Las
puertas del ascensor se abrieron al llegar a la cuarta planta.
Salí del
interior mucho más calmada, pues había aprovechado los segundos que me brindó
el breve ascenso, para respirar hondo y disfrutar de lo que estaba haciendo.
Miré a mí
alrededor, mientras escuchaba las puertas cerrarse a mi espalda.
Me
encontraba en un pequeño distribuidor con paredes de cristal que enseguida me dejaron
entrever donde tenía que dirigirme.
―Hola, venía
registrar mi novela ―le dije a una de las dos chicas de la sala.
―Vale. Siéntate
aquí y ves sacándolo todo ―me contestó ella mirando mi bolsa, en vez de a mí―.
Termino con éste chico y voy contigo.
Me senté frente
a la mesa alargada, justo al lado del joven al que la chica estaba ayudando
cuando yo entré, y de reojo pude ver que él estaba allí para registrar su tesis
doctoral. El brillo de sus ojos desprendía la misma ilusión y el mismo orgullo
que seguramente desprendían los míos, aunque con una diferencia: el no parecía
haberse fijado en que allí había alguien más que él, su tesis y su novia.
Saqué con
cuidado a Puzzle de la bolsa de colores junto a la documentación que por
internet había leído que me iban a pedir.
―¿Lo has traído
todo? ―me preguntó la empleada del registro, antes de lo que yo esperaba.
―Sí, claro
―dije, demostrando que había hecho los deberes.
―Veámoslo.
¿Has rellenado los formularios?
―Sí.
Se los di.
―Veo que tú
novela está encuadernada pero, ¿está también numerada e incluye tus datos
personales con nombre y apellido completo en la primera página?
―Sí.
Se lo
mostré.
―¿Has
traído la fotocopia del DNI?
―Sí.
La chica
alzó los ojos por primera vez de la documentación y me sonrió, satisfecha con
el resultado.
―¿Has
firmado la primera página, la última y un par más en el medio?
―¡No! ―le
dije intentando recordar si había leído o no que eso fuera necesario.
―Pues te
recomiendo que lo hagas. Mientras, miraré que todo esté bien y se lo pasaré a
mi compañero.
Miré en
dirección a donde señalaba su dedo y vi que detrás de un pequeño mostrador se
escondía un chico de unos treinta años, al que no había visto al entrar.
―De
acuerdo.
―Por
cierto ―continuó la chica―aquí pone que eres la única autora de la novela, ¿es
así?
―Sí, así
es.
―Vale.
La chica
siguió mirando que los documentos estaban correctos mientras yo firmaba las
hojas de la novela.
―Susana,
cuando pones que quieres registrar imágenes, ¿te refieres a éste corazón de la
portada o hay alguna más en el interior?
―Al
corazón de la portada. Lo ha dibujado mi padre ―añadí orgullosa.
―¿Tu
padre? Pues es realmente precioso, pero… entonces me has engañado al decirme
que la obra era toda tuya ―bromeó, rompiendo por primera vez su estereotipada
conversación.
―¡Pero es
mi padre! ―le seguí la broma.
―Claro que
sí, mujer. Igualmente hay un problema. Los corazones no se pueden registrar
porque entonces tu padre, o tú, seríais los propietarios de todas las imágenes
de los libros con corazones, e incluso de los que hay en internet.
Le miré
sorprendida conmigo misma, pues no había caído en pensar algo que parecía tan
lógico al escucharlo de su boca.
―Claro, lo
comprendo, sería un acto demasiado egoísta por nuestra aparte.
―¡Exacto! Veo
que lo has comprendido.
Intercambiamos
unas miradas de complicidad en la que dejaba entrever que no siempre era tan
sencilla la comprensión con la gente. Pasé luego a donde estaba el único hombre
(trabajador), de la sala y le aboné la factura.
Me despedí
de ellos con una gran sonrisa, una cabeza llena de grandes pensamientos y una
gran bolsa vacía.
Puzzle ya
estaba registrada. Ahora faltaba darla a conocer.